El fruto caído

El tipo maduró pronto

y se pudrió bien temprano
Indio Solari



Lo despertó el frío. Tuvo la sensación de haber estado en posición fetal por horas, mezclando el sueño con la baja temperatura de la habitación, hasta que su inconsciente no pudo mantenerlo dormido para aliviar el cansancio del día. Tardó un poco en darse cuenta que estaba en la cama desnudo y buscó en la oscuridad como un ciego, el abrigo que había perdido por la noche. Leyendo las arrugas de las sabanas con las manos, sin poder encontrar nada más que sus piernas, por inercia las frotó para calentarlas y se sentó de golpe. Sintió una fuerte presión en la cabeza y tuvo que tomarse la frente para contener el dolor, las baldosas bajo los pies descalzos lo entumecieron aun más, y en la oscuridad extendió su mano hasta voltear el velador. Puteó como era su costumbre cuando algo salía mal y tuvo que agacharse para encontrar el cable y seguirlo hasta el interruptor. La cabeza comenzó a latirle imperiosa, cerró los ojos con fuerza y encendió la luz. Al abrirlos, la claridad del ambiente lo cegó y la cefalea terminó por tumbarlo otra vez en la cama, estuvo unos segundos inmóvil y lentamente comenzó a pasarse una mano por la cara, le preció tenerla hinchada. Abrió los ojos bien grande y los volvió a cerrar con fuerza para poder contraer las pupilas que se resistían a la luz. Con dificultad pudo empezar a ver y reconoció su habitación, por suerte estoy en casa, pensó. Con dolor levantó su cabeza para tener una mejor visión de lo que estaba pasando y vio las sabanas enrolladas a sus pies y la ventana abierta por completo. Las cortinas se elevaban hasta rozar la cama y no supo si lo que entraba por la ventana era solo viento o una tormenta, se le dificultaba reconocer lo que estaba pasando e inútilmente intentó recordar como había llegado hasta su casa, tenía la sensación de haber salido por la tarde, pero no sabía muy bien si era la noche o ya era la madrugada, y anda a saber de que día, se dijo para si en vos baja. Y como si hubiera escuchado un buen chiste, soltó una leve carcajada y en seguida recordó el dolor que le punzaba la cabeza desde adentro.

Pensó en si le quedaría algún calmante debajo de la mesada y lamentó tener que salir de la cama para comprobarlo. Desfiguró el rostro hasta reincorporarse otra vez y respiró hondo, sintió un leve mareo, se tomó del colchón y mantuvo la mirada perdida hacia la cocina, sin poder ponerse de pié. La distancia hasta los calmantes parecía enorme, menos mal que duermo en el living, dijo, si llego a tener otro ambiente me tengo que matar. La luz del velador le estaba dando en la cara y no tenía más opción que levantarse, sentía que no soportaba demasiado ninguna posición y afirmó las manos con fuerza en el borde de la cama para empujarse. De pié el mareo fue más fuerte y comprendió que todavía estaba borracho, que el alcohol seguía en la sangre y supo por experiencia que era la madrugada y que todavía no había amanecido. Precisó saber la hora y buscó el montículo de ropa que seguramente estaría por algún lugar del piso. Siempre que se emborrachaba tenía la costumbre de desnudarse antes de acostarse, hasta el reloj se sacaba y ahora lo buscaba envuelto entre la ropa. A los pies de la cama vio la camisa hecha un bollo y unos pasos más allá el pantalón enroscado con el calzoncillo, como si se los hubiera sacado al mismo tiempo. Agacharse para levantar la ropa le costó tanto como vestirse y se convenció que precisaba un calmante urgente.

En la cocina, bajo la mesada, había un tarro plástico lleno de tiras de medicamentos, corrió unos platos sucios del mármol y volcó el contenido del tarro. Buscó fijando la vista en el las letras del los blisteres hasta encontrar algo que le sirviera, enjuagó un vaso sin lavar y sirvió un poco de agua, el dolor era demasiado fuerte ahora y tomó tres pastillas juntas. Seguía descalzo y el frío le dio ganas de orinar, la vejiga parecía que le explotaba, pensó en como estaría el baño si él había llegado en ese estado, nunca podía embocar un vomito en el inodoro, pero se sorprendió al entrar, todo estaba más o menos arreglado y se apresuró a levantar la tapa. 
Frente al espejo para lavarse las manos y refrescarse un poco, se quedó perplejo, tenía todo el pómulo y el arco del ojo negro e hinchado, intuitivamente se sacó la camisa y se revisó el torso pero solo la cara estaba lastimada, no recordaba haberse peleado, pero no era la primera vez que borracho se ponía agresivo y se encontraba con alguien que era poco permisivo con los ebrios. 

Se sintió indefenso, se asustó, supo que se podía morir en cualquier noche como esta y pensó en Marcela, siempre pensaba en ella cuando estaba por caer. Tuvo la sensación de haberla visto, de haber estado con ella por la tarde, su mente parecía aclarársele pero la imagen de Marcela le era todavía confusa. Pensó en llamarla, pero dudó al no saber que hora era, como si alguna vez le hubiera importado la hora para llamarla, y se dio cuenta que seguía sin reloj, lo buscó por el living, debajo de la cama, donde estaba la ropa, dentro de las zapatillas y concluyó que no lo tenía, creyó que no solo lo habían golpeado sino que también lo habían robado, tocó con su mano el bolsillo trasero de su pantalón y tampoco encontró la billetera, que hijos de puta, exclamó, y la angustia le humedeció los ojos.

El rostro de Marcela le seguía pareciendo cercano, hacia unas semanas que no se hablaban desde la última vez que lo había dejado, pero cada se le hacía vez más fuerte la imagen de ella sentada en el Odeon de Flores junto a él. Recordar la pizzería le dio hambre, fue hasta la heladera y solo encontró unos huevos crudos y una cerveza abierta de días sin gas, tomó un gran sorbo y se alegró que al menos estuviese fría. Tuvo la necesidad de fumar, antes de llamarla debía prender un cigarrillo, en un cajón de la cocina encontró algunos en un paquete arrugado, buscó el encendedor en el bolsillo y sintió un papel, lo sacó y se paralizó al leer la dirección del Turco, siempre escribía en el bar direcciones en las servilletas, eran su única forma de decirle al taxista a donde quería ir cuando ya no podía hablar. Si había ido del Turco podía explicar los golpes y porque le faltaba la billetera y el reloj, pero no podía explicar porque estaba vivo.

El Turco no era un dealer sino era el que le vendía cocaina a todos los punteros de La Paternal, tenía un aguantadero en la calle Warnes atrás del cementerio de la chacarita y aparte de los que compraban para revender solo entraban unos pocos elegidos a dedo, que podían consumir en el lugar y estar con algunas de las putas que el Turco tenía viviendo en la casa. A él lo había llevado el Chueco, un pibito algo rengo que caminaba por la Av. Chorroarin, frente a la facultad de Agronomía con una riñonera en la cintura, vendiéndole porros a los pibes que venían en bicicleta por la noche. El chueco no daba la impresión pero era bastante inteligente, fumaba muy poco y jamás aspiraba nada, pero era muy influenciable y al poco tiempo de comprarle, logró que lo llevara a lo del Turco. Siempre que Marcela lo dejaba terminaba tirado en alguna pieza del aguantadero, pero la última vez que había estado ahí llegó borracho y reclamaba que lo atiendan sino vendía todo a la policía, el Turco hizo una seña con el dedo y dos hombres de él le rompieron la cara a golpes, a la semana, cuando pudo levantarse, hizo una denuncia y el Turco tuvo que pagar más de lo que debía para mantener el lugar. Y comprendió que jamás podía volver por ahi.

Encendió el cigarrillo que necesitaba para llamarla y sintió ganas de vomitar, soportó el mareo pero no lo apagó, tomó el teléfono y sintió el tuvo sobre la oreja como un golpe, frunció el ceño de dolor y esperó que le contesten. Hola, dijeron. Hola Marcela dijo él. Andate a la mierda hijo de puta, le contestó y cortó. Entonces si supo que había estado con ella, que lo había dejado otra vez y que se había ido a emborrachar a algún bar. Sintió ganas de llorar, buscó las zapatillas y pensó en ir a buscarla como tantas otras veces para suplicarle que se quede, o al menos esta noche que estaba golpeado y la precisaba, sino le quería abrir, iba a quedarse en la puerta a gritarle hasta que los vecinos la obligaran a echarlo o hacerlo entrar. Pero no pudo encontrar las llaves para salir, creyó que las había dejado del otro lado de la puerta y al querer abrirla supo que estaba cerrada con llave, si cerré tienen que estar acá adentro, pensó. Volvió a revisar todo el departamento mientras el dolor le aumentaba más en la cabeza, comenzó a putear sin parar, hasta que se sentó en la cama para poder pensar mejor. El rompecabezas empezaba a tener forma, él tenía mucha experiencia en reconstruir las noches pasadas, y afirmó lo que ya sabía, había estado con Marcela en una pizzería, ella se había ida enojada y comenzó a recordar pequeñas frases que hacían referencia a su constante autodestrucción, al cansancio de ella, a que algo mejor merecía. La borrachera le aseguraba que después se había ido a un bar, pero todavía no recordaba ninguna pelea, o nadie amarrándolo del cuello que le justifique la cara lastimada. Necesitaba salir a buscarla e hizo otro intento de encontrar las llaves. Parado junto a la cama miraba el piso y se preguntaba porque había cerrado con llave, con lo que le costaba embocarla en la cerradura cuando llegaba en ese estado, era imposible que del otro lado haya hecho el mismo esfuerzo por cerrarla, se asustó, no reconocía sus costumbres de borracho entrenado y se puso a llorar. Un ruido metálico que venia desde el ascensor de pasillo le cortó el llanto y lo paralizó, porque reconoció en ese sonido su llavero, trató de recordar a algún amigo que lo haya traído y que se haya ido con las llaves para que él no haga más locuras y volvía para saber como estaba, pero la puerta se abrió delante suyo antes de que pueda preguntar ¿quien es? Lo miró perplejo y los ojos se le volvieron a llenar de lágrimas, al Turco le llamó la atención una servilleta con su dirección, la tomó del piso y sonrió al guardársela en el bolsillo.

Al salir del departamento, al Turco lo esperaban dos de sus hombres. Por más alta que este la manzana, si esperás... en algún momento va a caer, les dijo mientras se aseguraba de cerrar la puerta con llave.


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