El bebé esta llorando

Emilia había pasado otra noche difícil al cuidado de su hijo. Cansada, con la cara llena de sueño, preparaba la primera mamadera del día, que Tomás desde la cuna reclamaba en llantos, y ella parecía no percibir su reclamo constante. Realizaba movimientos lentos, con los ojos a medio abrir, apelando a su memoria para encontrar en la cocina las tetinas limpias que coincidieran con la mamadera que había podido enjuagar, la leche difícilmente se encontraría fuera de la heladera, y solo tuvo que meter un brazo dentro, para sacar el jarrito con la leche en polvo ya hervida. Cerró la mamadera con las pocas fuerzas que le permitía la mañana, dudó, fijó como pudo la vista en la rosca e inclino un poco el envase, la mano que dispuso por abajo no sintió humedad y fue en busca de Tomás, que era muy poco condescendiente con la madre y parado dentro de la cuna, tomado de los bordes, reclamaba el desayuno con ímpetu, la vio entrar en la habitación y estiró los brazos, ella tomó la mamadera con los dientes e intentó levantarlo sujetándolo por debajo de los hombros, pero no logró sacar sus pies de la cuna, la espalda parecía quebrársele, lo devolvió al colchón mientras Tomás gritaba con mas fuerza al ver alejarse a su madre, el llanto tan cerca de su oído por fin la despertó, y en un hábil movimiento puso la espalda del bebe sobre un almohadón y la mamadera en la boca, tocó su frente y notó que la fiebre no había vuelto, acarició el rostro de Tomás contemplándolo en silencio, ya la noche en vela había quedado atrás, su hijo estaba bien y chupaba la tetina con firmeza, ella le sonrió complacida y Tomás volvió a dormir antes de terminar la leche.

A media mañana llegó su marido, cargado con bolsas del mercado, y la encontró sentada en el living limpiando los juguetes de su hijo. ¿Todavía estas en camisón? Le preguntó mirándola como si los bordados del camisón viejo lo irritasen. Tuve una noche terrible con Tomás, otra vez levantó mucha fiebre, contestó, esperando un gesto de consuelo por parte de su marido que nunca llegó. Yo trabajo toda la noche, Emilia, salgo y paso por el mercado para que vos no tengas que salir y me esperas así, limpiando los juguetes, toda desarreglada. Hablá despacio que Tomás esta en la pieza jugando, dijo Emilia. Ya estoy cansado de todo esto, yo no puedo más, dijo su marido y respiró hondo, la contempló en silencio por un momento y fue a acostarse moviendo la cabeza de un lado a otro, tratando de negar la realidad de Emilia. Ella lo vio irse por el pasillo, humillada contenía el llanto para que Tomás no la escuchase, apretó bien fuerte un sonajero color rojo, cerró los ojos y lloró en silencio, no podía entender a su marido, porque la despreciaba y la maltrataba de ese modo. Jamás le levantó una mano, pero hacia un tiempo que casi no le hablaba, se despertaba a la tarde solo para tomar un mate e irse a trabajar, le echó la culpa al trabajo en la fábrica. El turno noche puede volver loco a cualquiera, pero yo no tengo la culpa, pensó. Se sentía sola, sin ánimos de cambiarse la ropa, sabía que estaba fea, se sentía fea, pero Tomás la había tenido toda la noche despierta, durmiendo solo por periodos cortos, cortando el sueño a cada rato y cada vez más pesado con el correr de las horas. ¿Que ganas voy a tener de ponerme linda? pensó, tampoco tiene culpa Tomás de estar enfermo y ni siquiera pasa a darle un beso. Y eso le dolió más que nada.

La hora de la cena la encontró sola con su hijo, algo livianito para que no le caiga mal, un baño y a dormir, con el piyamita nuevo, el de ositos que le regaló la tía, pensó Emilia. Después de cenar, cerró el baño con la canilla abierta para que junte vapor, luego entró con Tomás y lo desnudó ahí mismo. Lo descubrió algo calentito y temió por otra noche como la anterior, se quedó sentada sobre la tapa del inodoro viéndolo jugar, no tenía otra cosa que hacer o mejor dicho ocupaba la cabeza solo en su hijo, de esta forma no necesitaba negar el maltrato de su marido, simplemente no lo pensaba, lo obviaba.
Limpio y cambiado, con una mamadera de leche tibia en la boca, no le fue difícil a Tomás concebir el sueño, ella intentó relajarse y descansar, el camisón ya la fastidiaba pero temía bañarse y que Tomás se despertara en ese momento. Intentó dormir, pero más de una vez creyó escucharlo y se paró por unos minutos detrás de la puerta, hasta convencerse de que era su imaginación, no se atrevía a entrar para no molestarlo, varias noches había pasado también Tomás sin poder dormir bien y no quería ser ella quien le quitara el sueño ahora.

Al cabo de algunos intentos el cansancio le ganó al instinto de madre y Emilia cerró los ojos con su camisón puesto desde hacía días. No durmió tranquila, daba vueltas, como si también sus sueños fueran un tormento. Tomás gritó y Emilia se incorporó de un salto, acudió a la pieza y descubrió a Tomás volando de fiebre, fue a la heladera y preparó una mamadera de leche fría mezclada con el medicamento, no se la dejó en la cuna, prefirió sostener ella a su hijo y dársela en sus brazos, la piel de Tomás parecía hervir, miró la hora para calcular cuando le podía dar la otra dosis, y se sorprendió al ver que el reloj marcaba las tres de la mañana, ella creía haber dormido solo algunos minutos, estaba más cansada que antes de acostarse.

Tomás ya tenía fuerzas suficientes como para sostener solo la mamadera y Emilia lo sostenía con una mano y con la otra acariciaba su cabeza, mientras murmuraba promesas para que se le bajara la fiebre. La leche fría, alivió al bebe, pero la fiebre no cedió, Emilia no se podía sostener en pie y Tomás estaba otra vez dormido, dudó en bajarlo a la cuna o dejarlo contra su pecho, pero tuvo miedo de dormirse con su hijo en brazos, lo depositó con cuidado sobre el colchón, sacando el brazo que le había quedado por debajo de la cabeza de Tomás, muy despacio para no molestarlo y lo besó en la frente, sintió en sus labios el calor de su rostro y no lo pudo dejar solo a la espera de que el medicamento hiciese efecto, apagó la luz y se sentó en el piso a custodiarlo, con la espalda sobre la pared y los brazos sobre las rodillas, veía como poco a poco el contorno de Tomás se hacia más perceptible en la oscuridad, pero los parpados se le caían sobre los ojos y cada vez era más difícil mantenerlos abierto, su cuello no podía sostenerle la cabeza y se despertaba sobresaltada, cada vez que la frente se le metía entre los brazos.

Luchando por estar despierta, se paró y fue a lavarse la cara, volvió y se acercó a verlo, la fiebre seguía calentando la piel de Tomás con fuerza, se asustó, ya había pasado bastante tiempo como para que el medicamento surtiese efecto. Fue a la cocina y preparó una olla con agua y hielo, y la llevó a la pieza junto con unos repasadores, su mente y su cuerpo se habían activado otra vez, se sostenía por fuerzas que no sabía que tenía, hundió los repasadores en la olla de agua helada y los escurrió bien fuerte, sin dudarlo los puso sobre la frente hirviendo de Tomás. El bebe se despertó gritando asustado, forcejeando contra los intentos de la madre por bajarle la fiebre, ella lo quiso calmar con palabras dulces, prometiéndole que ya terminaba, que era solo un poquito más, pero Tomás no comprendía y lloraba con fuerza. Emilia comenzó a llorar, le pedía por favor a su hijo que no llore, mientras sostenía el repasador frió en su frente. Entre llantos de dolor de Tomás y las lagrimas de angustia de la madre, la fiebre fue cediendo, pero el llanto del bebe nunca cesó, Emilia se secaba los ojos con las manos y no comprendía por que su hijo seguía llorando, lo levantó de la cuna y lo abrazó, le preguntó que pasaba pero Tomás solo respondía con mas lagrimas, no llores mi amor, te pido por favor, no llores más, le dijo entre dientes, no sabía que más hacer, nunca había visto a su hijo llorar de esa manera, lo apretó con fuerza contra ella, no llores, no llores, no llores, repetía una y otra vez con Tomás sumergido en su pecho. No supo cuanto tiempo estuvo repitiendo esas palabras, ni cuanto tiempo paso desde que Tomás dejó de respirar.

Su marido volvió a media mañana otra vez cargado con bolsas del mercado, la encontró sentada en el sillón mirando el piso con un oso de peluche entre las manos, inmutable, ajena al entorno, parecía no percibir la presencia de su marido, hasta que lo tuvo parado adelante. Lo maté, le dijo Emilia. No fue tu culpa, le contestó con el alma llena de pena contemplando a su mujer. Quería que parara de llorar y lo ahogué, ¿entendés?, yo lo maté. Por primera vez en mucho tiempo su marido tuvo un gesto de compasión hacia ella, la tomó con sus dos manos y la besó. No fue tu culpa, el cordón estaba enredado en el cuello, el obstetra no pudo hacer nada, esas cosas pasan, no son culpa de nadie, le dijo mientras la incorporaba entre sus brazos, y la llevó abrazada hasta la pieza del bebé, donde dejaron juntos el oso de Tomás, sobre la cuna vacía.


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