Laurita

A Laura ya no le gustaba, había llegado al punto en el que Andrés no le podía ofrecer más. Durante muchas noches, en plazas desoladas y pórticos a oscuras, había dejado que su novio suba las manos por debajo de su remera, las asiente sobre sus pechos tiernos y la toque como jamás lo habían hecho antes, pero Andrés, tan vergonzoso como inexperto, jamás se atrevió a desabrocharle el corpiño. Laura sabía que se moría de ganas, pero que lo aterraba la idea de no poder desabrocharlo. Esto la frustraba y la condicionaba para poder seguir adelante con su despertar sexual, hasta que Andrés tuviera el valor suficiente para enfrentarse a ese ganchito, que ella podía maniobrar con facilidad.
La espera pudo volverse tediosa, pero Laura supo como sobrellevar sus frustraciones, aprendió a percibir la excitación de Andrés y a manejarla a su antojo. Descubrió que Andrés se excitaba al rozar su sexo contra el suyo y se ofuscaba, cuando con crueldad, le sacaba las manos de sus pechos, siempre que este las subía excitado desde su cintura por debajo de su remera. Había descubierto el poder sexual de la mujer. Andrés se fastidiaba por no poder tocar a Laura cuando sus manos lo pedían, ella era conciente de su tedio y se atrevía a desabrochar su pantalón y a meterse adentro, para acariciarlo y excitarlo aun más, hasta que no soportara Andrés tener las manos quietas y arremetiera 
en busca de sus pechos, para encontrarse otra vez con Laura que le devolvía las manos a su cintura. Esto la divertía y lo repetía una y otra vez hasta que era la hora de volver a casa, y le subía el cierre mientras lo miraba con ternura, como la señora que a tomado la virginidad de un adolescente.

Laura había madurado mucho más rápido que su novio, pretendía con Andrés cosas que este todavía no se atrevía a pensar. La obsesionaba tener un orgasmo, aunque no tenía una idea bien clara de lo que se trataba, pero haberse animado a tocar a Andrés en su momento y tener la capacidad de percibir su excitación, le había dado el poder de hacer con Andrés lo que quisiese y eso la hacía sentir toda una mujer de experiencia, sobre todo, cuando algunas de sus amigas que habían empezado a abandonar los besos inocentes, le contaban que tenían que hacerse las enojadas para poder tenerles las manos quitas a sus novios.

Las primeras cuadras de regreso hasta la casa de Laura siempre eran silenciosas, Andrés no sabía que decir ni como reaccionar, no comprendía a Laura, no entendía porque ya no dejaba que la toque y más cuando ella se había animado a tocarlo por debajo de su pantalón, cosa que ninguno de sus amigos había logrado, ni siquiera el más mentiroso, pero esas primeras cuadras no eran insoportable para Andrés por sus conflictos amorosos, sino por la incomodidad que le causaba caminar con su miembro erguido, dispuesto en su calzoncillo como Laura lo había dejado, incapaz de tocarse frente a ella, y por pudor que alguna persona lo viera de la mano de su novia con ese bulto entre las piernas, se sometía a caminar como un pato y se avergonzaba más cuando Laura, molesta por verlo caminar como tarado, en plena calle lo tomaba de su sexo, lo movía un poco y le preguntaba ¿ahí esta bien?. Rojo de vergüenza miraba a su alrededor, solo una o dos personas andaban por esos lugares de noche y nunca parecían notarlos, después miraba furioso a Laura como se divertía con su irritación, pero su incomodidad era aun peor después de las intromisiones toscas de Laura, que creía haber resuelto 
el problema con la facilidad de una prostituta y en realidad enredaba más el asunto. 

Andrés como todo adolescente transpiraba hormonas y su erección se afirmaba aun más con los intentos de Laura por ayudarlo, pese a su irritación y su vergüenza, solo podía resignarse a fingir su incomodidad, para que Laura no se molestara al verlo caminar como un pato y no intentara meterle otro manotazo, esperando que la brisa fresca de la noche lo ayude a enfriarse.


Después de despedir a Andrés en la puerta del edificio, Laura subía por el ascensor con la sola idea de espiar a Eduardo, su vecino del 5 “C”, un hombre de unos 33 años que había llegado al edificio después de un divorcio obligado, que atraía la atención de Laura desde el primer momento en que lo cruzó en el palier del edificio hace un año atrás, cuando en ella no se había despertado ni el deseo ni el placer, Eduardo fue por ese entonces un amor platónico más, pero a los 13 años, un año es mucho tiempo, y Laura que había sentido cambiar su cuerpo a muy temprana edad, sin percibirlo cambio las remeras anchas que usaba para esconder sus pechos, por las ajustadas que hacían voltear a más de algún muchacho por la calle, y sus sueños de amoríos rosas por un sentimiento pasional que la motivaban a experimentar con Andrés, a sentirse mujer sin saber en realidad lo que esto supone, dejándose tocar en un principio por curiosidad y tocando después por necesidad de aprender el juego.

Cuando el ascensor se detenía en el quinto piso, abría la puerta con mucho cuidado de no hacer ruido, departamento “C” y apoyaba la oreja con suavidad en la puerta, a la espera de algún sonido que le permitiese percibir a Eduardo. Lo espiaba por la cerradura, podía pasar varios minutos esperando verlo pasar de la cocina al comedor, por el estrecho margen que le permitía el pasillo desnudo, ante su ojo en la cerradura. Lo contemplaba a caminaba como una gata en la oscuridad del pasillo hasta el escondidas como la nena que era, pero lo deseaba como la mujer que pretendía ser, y se alejaba de su puerta, solo cuando algún vecino delataba su presencia por los pasillos, pero se espantaba sin sobresaltos, con la misma naturalidad que se espanta un grupo de palomas, ante la embestida de un niño, que inútilmente intenta atraparlas. 
Solo una vez sintió miedo por ser descubierta. Fue la vez en que Eduardo sorpresivamente salió del comedor y se dirigió directo a la puerta, sin el previo aviso de la rutina del que está por salir de su casa, sin apagar la luz del comedor ni el televisor, girando radicalmente hacía la puerta en plena marcha a la cocina, tomando al pasar las llaves del velador sobre la mesita del pasillo, como si se hubiera olvidado de comprar algo, como si saliera solo por un instante sorprendió a Laura que solo alcanzó a prender la luz y dar un paso hacía su departamento, cuando escuchó la puerta abrirse a sus 
espaldas.

– ¿Laura, como estás? Que raro no haber escuchado el ascensor.
–Es que hace mucho ruido esa puerta de chapa y a esta hora trato de cerrarla con cuidado para no molestar. Contesto Laura con rapidez.

–Es muy difícil encontrar chicos de tu edad tan considerados.

–Tan chica no soy. Dijo Laura más rápido aún.

Mientras a Eduardo se le dibujaba una leve sonrisa en la boca, buscando ofuscarla un poquito más, casi como un chiste inocente le dijo: 

- Para llegar a esta hora a tu casa sos un poco chica.

– Laura sintió que le atravesaban el corazón de lado a lado y como fiel reflejo de su adolescencia, que no da nunca una discusión por perdida le replicó, que si andaba a esa hora por la calle era porque sus padres la dejaban y al instante se sintió una estúpida al reconocer que como toda criatura que se digne de andar a esas horas por la calle, precisaba indefectiblemente de la autorización de sus padres, y su espíritu de mujer fatal cayó súbitamente hasta la planta baja y no tuvo más remedio, que despedirse sabiendo que había perdido una gran oportunidad.

Laura en la soledad de su habitación, ponía en el radio-grabador algún disco inentendible para sus padres, apagaba la luz y se tiraba en la cama con los ojos abiertos a pensar en Eduardo, se preguntaba como sería tocarlo a él, sabía que no iba a ser como con Andrés, no le podría tener las manos donde ella quisiese sino que tendría que ponerlas ella donde él quisiese, donde él le enseñe que tuvieran que ir. Aceptaba que no sabía como era ir más allá de los besos y las caricias, pero entendía que con su experiencia podría hacer un papel digno ante Eduardo, que ya no era una nena que no entendía nada, ya sabía como eran y como se sentía tenerlo en sus manos, y por más que Eduardo tuviera que enseñarle algunas cosas, ella no tendría problemas en aprenderlas y devolvérselas en la cama. Su decisión estaba tomada, era tiempo de dejar la castidad y no había otra persona con quien ella quisiese hacerlo. 

Para lograrlo primero tenía que conquistar a Eduardo y comenzó a planificar encuentros casuales. Ya había aprendido sus horarios y se las ingeniaba hábilmente para salir de su casa a la misma hora en que Eduardo llegaba de trabajar. El trafico, desde el trabajo de Eduardo hasta el edificio, dictaminaba que el encuentro sea en el pasillo, en el ascensor, en el palier o en el peor de los embotellamientos simulaba esperar a Andrés en la puerta del edificio.

Desde el encuentro nocturno en el pasillo, Eduardo había percibido algo diferente en Laura que estuvo algunos días dándole vueltas por la cabeza. Le costo imaginar que ella estuviese enamorada de él, pero los encuentros casuales que se fueron suscitando en los últimos días, sobrepasaban ampliamente el limite estadístico de las casualidades. Solo cuando Laura dejó de saludarlo con una sonrisa de oreja a oreja y hablarle de cualquier estupidez, para optar por una actitud más osada que consistía en un simple hola y mirarlo a lo ojos con una sonrisa atrevida en la boca, Eduardo no tuvo más remedio que aceptar que tenia una adolescente colgada de su pantalón, en primer medida esto no le hizo mucha gracia, lo que me faltaba, pensó. 

Imaginó por un instante ir a hablar con los padres de Laura y explicarles la situación con su hija, para librarse de futuras acusaciones y problemas que le podría llegar a causar Laura si alguna vez fantaseara en vos alta, ¿como explicaría él en ese momento que jamás había incentivado o propuesto a Laura una relación indecente?, que todo era producto su imaginación. La decisión estaba tomada, pero lo detuvo un inconveniente, con que cara o con que argumento le diría a unos padres que apenas conoce, que ven a su hija de catorce años con tetas y todo, como a una nenita casta y pura, que estaba enamorada de él y que encima lo provocaba sutilmente. Después de meditarlo por un tiempo, creyó no tener más opción que hablar abiertamente el tema con Laura y romperle el corazón lo menos dolorosamente posible. 

Eduardo pensó en hacerlo rápido y sin vueltas, al llegar del trabajo donde se cruzaría seguramente a Laura, le diría que tendría que hablar con ella y sin medir más palabras le soltaría un: No te hagas ilusiones conmigo, vos todavía sos una nena y te tenés que fijar en chicos de tu edad. Muy directo, muy clarito y adiós problema.  Y con esas palabras repitiéndolas en su mente entró al edificio, se sorprendió al no ver a Laura por ningún lado, se volvió hacía la puerta pero tampoco se encontraba en la calle, alzó los hombros y le mostró sus palmas al cielo, pensó por un instante en esperarla pero cayó en la cuenta que sería muy obvio esperar en el palier a la vista de todos los vecinos, lo verían esperando solo y luego hablando con Laura, y en el peor de los casos verían a Laura salir corriendo o llorando del edificio después de hablar con él, esa escena en menos de dos días estaría en boca de todos los vecinos y él ligado a un amorío con una adolescente. Lo mejor sería ir a su departamento y esperar a cruzar a Laura en un lugar más discreto. 

Esperaba el ascensor de espaldas, mientras contemplaba en el espejo del pasillo algunas arrugas que hacía poco tiempo no tenía, me estoy poniendo viejo, che, se decía mientras buscaba alguna cana escondida en su pelo castaño, tan intrigado estaba en descubrir que tan viejo se había vuelto, que no escuchó la puerta abrirse por detrás.  Laura vio su espalda y lo reconoció al momento, bajaba de su departamento con Andrés, quien no supo como defenderse de la embestida de su novia, que lo acorraló contra la pared del ascensor y lo besó con todo su cuerpo, como besa una mujer en busca de 
placer.  Eduardo desvió sus ojos de su edad y contempló mediante el espejo, como Laura no se comportaba como una nena, tomando la cara de Andrés con sus dos manos para no dejarlo escapar, ocultando sus mejillas rojas de vergüenza a su espectador, besándolo con pasión, frotando su sexo de arriba hacía abajo, como lo había hecho tantas veces en la plaza, para poder entender el sexo un poco más sin dejar que Andrés la toque, deseando que esta vez Andrés suba su mano por debajo de su remera, y Eduardo viera que no era la niña que podía que salir de noche solo con permiso de sus padres, que era mujer a pesar de su edad, pero su novio que a esa altura estaba más asustado que avergonzado, no se animó a mover un dedo, se paralizó pensando que cualquiera los podía ver en esa situación, solo pudo cerrar los ojos y esperar que Laura lo soltara.
Eduardo no pudo darse cuenta del mal momento que estaba pasando Andrés, solo pudo ver a Laura besando a alguien, comportándose como a él le hubiese gustado que se comportará su ex mujer algunas veces, cuando el sexo solo servía para alargar la despedida, giró su cuerpo y ni siquiera pudo toser para delatar su presencia ante los amantes, Laura sintió los ojos de Eduardo posados en su boca y decidió parar, mordió los labios de Andrés prometiéndole más con la mirada, salió del ascensor tomándolo de la mano y saludó a Eduardo casi sin percibirlo, solo buscándole los ojos por un instante, Eduardo la siguió con su mirada hasta salir del edificio sin darse cuenta que al lado de 
ella, caminaba un nene con las mejillas coloradas y la cabeza gacha.

Pasaron algunos días sin que Eduardo la volviera a ver, ya no lo esperaba para simular un encuentro casual. Durante las noches, le volvía a su mente una y otra vez la imagen de Laura en el ascensor con su amante, sin darse cuenta pasaba horas intentando convencerse de que Laura era una nena sin poder lograrlo, sabía que estaba mal y se enojaba consigo mismo cuando se descubría discutiendo con su conciencia, los avatares de una relación prohibida, tenía que cortar definitivamente por lo llano, ¿pero que iba a cortar precisamente? Si solo había unas miraditas que no significaban demasiado, su mente podía haber estado inventando todo, quizás ella solo saludaba por cortesía y él de forma subliminal disparaba sus fantasías, lo del ascensor solo eran dos adolescentes que hacían cosas de adolescentes, de los de ahora, porque él no recordaba esas situaciones a sus catorce años, pero los tiempos cambian, justamente se decía, los tiempos cambian.

Eduardo como la vez en que encontró a Laura en el pasillo, salió de su departamento sin mostrar indicios de que iba a salir, solo tomó las llaves del velador sobre la mesita del pasillo y salió, Laura no intentó esta vez simular, dando un paso o dos hacia su departamento sino todo lo contrarió, convencida de lo que quería dio un paso hacia atrás y apoyó su espalda contra la pared del pasillo, Eduardo no se sorprendió al verla frente a su puerta pero le pregunto que estaba haciendo, espiándote, contestó Laura sin  tapujos. ¿Y hace mucho que me espías?. Si, tengo la esperanza de algún día verte pasar desnudo, dijo ella despegando la espalda de la pared en dirección a su departamento. A Eduardo se le habían atorado las palabras en la garganta y solo atinó a tomarla de un brazo para no dejarla ir, la miró casi por una eternidad hasta que pudo soltar un tibio, tenemos que hablar, ella aceptó moviendo la cabeza muy despacio y luego preguntó  acercándosele un poco, ¿acá en el pasillo?, Eduardo se sintió un tonto acorralado por una mocosa que doblaba en edad, temiendo tartamudear no dijo una palabra, abrió la puerta y le cedió el paso. 

En la oscuridad del departamento volvió su mano cuando estaba por encender la luz del living, en cambio prefirió el velador sobre la mesita del pasillo, creyó que la luz tenue los pondría en igualdad de condiciones, ella ya había perdido la vergüenza, ahora le tocaba a él. En silencio la tomó de la mano y la llevó al sillón donde apenas se dibujaban los rostros, se acercó para verla a los ojos y ella se mostró como una mujer, lo besó y tontamente lo buscó como a Andrés, él sintió la mano de Laura dentro del pantalón y comprendió que no tenía a una niña en sus brazos, le devolvió las caricias, la besó con pasión, excitándose con sus labios que se entregaban abiertos a su boca, metió sus manos por debajo de su remera y desprendió hábilmente ese corpiño que Andrés nunca se animó a enfrentar, Laura sintió por primera vez sus pechos contra las manos de un hombre, la respiración se le volvió más pesada y de su garganta se escapo un leve gemido imposible de contener, que la avergonzó al escuchar. La mano de Eduardo soltó sus pechos y se deslizó por su cuerpo hasta llegar su sexo, nunca antes ella había estado tan excitada y esperaba obediente a que Eduardo hiciera lo que tenía que hacer, éste segado por el cuerpo de Laura, no tuvo el oficio de hombre para darse cuenta que su amante nunca había llegado tan lejos, sin la más mínima consideración a su virginidad la llevo de una mano al dormitorio. Desnuda Laura, ya no sabia cual era su turno en este juego que nunca había jugado, se entregó al hombre que deseaba, con el que soñaba aprender a amar, pero Eduardo no le enseñó donde debía poner las manos, ni como desvestir a un hombre, ni siquiera intentó mirarla una vez a los ojos y confundió sus quejidos, con los sonidos del placer. 

Una hora después, con su remera aun desarreglada y el rostro inexpresivo, Laura se despidió de Eduardo tibiamente en el pasillo, caminó unos cuantos pasos hasta su departamento y se detuvo frente a la puerta, con una mano buscó las llaves en un bolsillo y con la otra secó las lagrimas que ya no podía contener.



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